17 oct 2012

QUIZÁ SEA MEJOR ASÍ.

Esta mañana el levantarse ha sucedido temprano. O al menos más de lo habitual, varios minutos antes en el minutero, si es que podemos estar seguros de que el tiempo no es algo tan relativo como la vida humana. Relativo. Justicia, belleza, mentiras. Todo relativo. Quizá necesite un cigarro.

De algún modo, sin embargo, siempre termina sorprendiendo la ecuación; variables que deberían ser exactas, tiempo y cantidad de acciones por repetir, bailan, beligerantes, y se tornan equívocas, echando por los suelos esa lógica matemática que tanto gusto de abrazar. Finalmente, repitiendo las mismas rutinas a pesar del tiempo añadido, salgo; tarde, eterna y enteramente tarde. Quizá sea mejor así. Una especie de juego, un sello de identidad. Al fin y al cabo siempre es mejor que llegar excesivamente pronto, no sea que el miedo sensible a tener que afrontar una conversación con un compañero que peca de desconocido se vuelva real.

El coche me arrastra hacia las oficinas, acompañado del tamborileo de la lluvia sobre el capó, quizá haciendo más bien que mal, barriendo un poco el polvo que nunca me preocupo de arrancar de mi único compañero en los trayectos. Quizá sea mejor así. Muchas veces la monotonía de la radio es insufrible, y termino golpeando el off en un ataque virulento, pero de cualquier modo el silencio no está mal. Aprendimos a convivir respetuosamente hace años. No somos amigos, pero a mí me sobra; casi siempre termino contentándome con poco, sencillez por bandera. Alguna vez se me presentó la posibilidad de compartir transporte con el chico de cabellos arena de la tercera planta, ese con nombre suizo, rimbombante, de pensador famoso, pero familia generalmente española; el mismo que supera el metro noventa, tan espigado como su sonrisa tan dejada y distraída como desconcertante. Me he dado cuenta de que siempre lleva la misma corbata en las entrevistas, pero debe cobrar un par de cientos más que yo al mes. Desde luego tengo razón, jamás me equivoco. Estos veinte minutos de automóvil y atascos no son compatibles con un alma soñadora al volante; un colega como él causaría más daño que beneficio en mi ya precaria forma de conducir.

Tardo ocho horas en abandonar mi puesto, sin pausa pero sin prisa. Siempre intento salir pronto, así que no bajo al bar donde la gente de mi sector se detiene a hacer un descanso y brindar con birras, tal vez celebrando el poder presumir de un trabajo en tiempos como los que corren. Y no son los únicos. Pero eso no quita que yo opte por comer en mi escritorio, sin dejar de trabajar demasiado, para salir veinte minutos más pronto y perderme la ocasión de coincidir con todos aquellos que desean que la Gran Vía se los trague en hora punta. Un sandwich de atún, pequeño y al que voy arrancando la corteza, pero no necesito más. Si me visita la sed se encontrará con una botella pequeña que perdió la etiqueta en una de todas esas veces que fue rellenada con agua del grifo, de modo que tampoco tengo que levantarme y atravesar todo el pasillo hasta la máquina, por donde siempre ronda el más antiguo de la empresa, quien se jubilará este año. Quizá sea mejor así. Valoro mi tiempo por encima de mucho, y tampoco parece muy atractiva la idea de descansos tan extensos que pospongan mi llegada a casa. Tal vez valga la pena, sea interesante, pero por mi bien he optado por no probarlo nunca para no caer en el círculo vicioso de siempre. Sí, desde luego no ando errada.

Para cuando mi casa me recibe, silenciosa y vacía, aún tengo dos horas previas a la cena. Mi mente vuela en mil y una recetas novedosas para provocar mi paladar, pero recuerdo que, total es martes, y no tengo suficientes ingredientes ni ganas de bajar al mercado a esperar en una cola de ancianos a mi turno en la verdulería. De cualquier modo, ¿qué importa? Parmesano, albahaca, ñora, nuez y pimentón. Nadie hay para puntuarlos. Quizá sea mejor así. Soy libre en mi propia soledad. La jaula que me rodea es perfecta para no ser juzgada, de modo que puedo hacer todo y cuanto me plazca.

A última hora de la noche cojo el ordenador. La señal que Internet, siempre caprichoso, quiere ofrecerme hoy es débil e intermitente, antítesis perfecta de mis ganas de luchar contra él. Lo veo conectado. ¿Cuánto hará que no le veo? Puede que ya ronden los siete años. En realidad nunca hablé con él desde que nos despedimos con un abrazo en el aeropuerto de Barajas. Como si tanto de pronto no hubiese existido. Pluff. Un sueño demasiado grande, un esfuerzo brumoso. Tal vez al contrario, pero es que la lógica se derrama entre mis dedos en este tipo de casos. Supongo que me faltó valor cuando aún debía tratar de sacar algo en claro.

También está ella. Hará menos de un mes que nos vimos, de cualquier modo, pero me muero por comentarle que es cierto aquello que me dijo mientras soplábamos café en la esquina, que mi vecina siempre lo hace con su novio exactamente a la misma hora. Una anécdota estúpida, no más, pero me envade la infantil alegría de unos segundos de complicidad.

De cualquier modo me devoro las ganas de enviarles unas líneas aparentemente improvisadas, pero con cientos de deseos y secretos ocultos en cada recoveco de sus vocales. No es un buen momento. Además, ¿qué decirles? A ellos, a cualquiera. Todas las opciones lucen insulas o patéticas a la luz que tragan mis pupilas. Total, ¿qué más da? No he muerto por no saber de ellos. Siento vergüenza. El aceleramiento de mi pulso, momento cúlmine de la danza de mi corazón, apenas dura un par de suspiros. No. Dicen por ahí que tal vez estén ellos esperando al otro lado de la pantalla con la misma inseguridad que yo, una noticia, un guiño. Podría ser posible. Pero también podría ser falso, andar errada. Pensarían mal de mí. Mi tango con el apoco toca volver a ser representado. Lo dejaré para otra ocasión, en días mejores. Todos estos años he continuado viviendo a mi modo, aunque sea menos social, más hostil para algunos. Estoy relativamente agusto. Que no sea feliz no implica que sea infeliz. Y muchas veces es más fácil.

Quizá sea mejor así.

2 comentarios:

  1. Guao, me ha encantado, muchísimo. Quiero decir, qué manera de meterse en lo que pasa. Sí sí.

    ResponderEliminar
  2. Bien estructurado, bien cohesionado, vocabulario perfecto. El texto entero forma una rutina. Aunque sea de palabras, pero la forma. Una descripción idónea del mundo de hoy en día: a la mínima se te quitan las ganas, ya sea por vagancia o por lo que dirán de tí. Vive y se feliz, tu mismo te haces, no los demás.

    Nota: 10/10

    ResponderEliminar